y la moledora de carne

Thursday, September 15, 2005

Alejandro, el muchacho que papá y mamá anhelan


Unos 45 minutos post ocaso, el día martes, coincidieron las distancias de Alejandro, el muchacho que papá y mamá anhelan, y Cecilio. Nada distinto a lo ordinario había hecho Alejandro, el muchacho que papá y mamá anhelan. Fue, como siempre, Cecilio.

Una mesa sobre la que se volcó coca cola, una picadura de mosquito, el cierre roto de una campera fue, entonces, Cecilio. Se ajustó el cinturón, se acomodó la camisa, giró la cabeza para un lado, para el otro. Así, incómodo. Siempre había sabido lo que tenía que hacer Alejandro, el muchacho que papá y mamá anhelan. Siempre, sin dudar, lo había hecho.
Cómo equivocarse de esa manera. Cómo equivocarse y no ser feliz.

Tenso, inquieto – insisto - Cecilio debía contener sus deseos de agarrarlo y zamarrearlo: “¡Pero está muy cerca tu cielo! Sus contornos son muy claros, muy definidos”, quería gritarle.

Alejandro, el muchacho que papá y mamá anhelan, hablaba. Había terminado sus estudios. Consiguió trabajo, se casó, tuvo hijos... Siempre todo tan despejado. Tan fácil.
“Pero un poeta no puede darse el lujo de andar esquivando problemas”, pensó Cecilio ¿Qué escribiría? ¿Con qué? Un poeta no puede silenciar contrariedades y penares con mero razonamiento. Ni templar su angustia.

“Tu cielo aburre”, le dijo.
Y se fue.

(Del libro de Cecilio. Capítulo V, versículos 23 - 31)

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